AMAZÓNICO, INEFABLE, TEMERARIO: LA POESÍA DE JAVIER DÁVILA EN PALABRAS DEL POETA JORGE NÁJAR
julio 30, 2013 a las 12:30 pm | Publicado en Artículos sobre Literatura, Comentarios diversos, Comunicación y Cultura, Miscelánea, Noticias y demás... | 1 comentarioLA POÉTICA DEL SOBREVIVIENTE. “AMAZÓNICO, INEFABLE, TEMERARIO.”
Jorge Nájar
En la primavera del 2008 publiqué en París, en la revista La Otra Ribera, una breve semblanza sobre el poeta Javier Dávila Durand. Se trataba de una nota de acompañamiento a cuatro de sus notables poemas. En síntesis dejaba señalado que el sujeto había nacido el 14 de mayo, nada menos que en San Pablo, la leprosería a orillas del río Amazonas, Perú, en el año de 1936. Poeta, periodista, editor y promotor cultural, en 1961 había dado a luz su primer poemario Yara, una colección de frescos, líricos, y metafóricos poemas en los que ya se apuntaban los registros de su obra mayor. Por pudor, tontería o como se le quiera llamar, no señalé en esa oportunidad la amistad que me une a él, dónde, cuándo y cómo lo conocí. Tampoco hablé de las aventuras literarias y peridísticas en las que nos habíamos embarcado. Ahora trataré de corregir esas ausencias, esclarecer en lo que me es posible el axis mundi de su universo literario y adentrarme en alguno de los aspectos de su poesía.
A mediados de agosto de 1969, yo estaba en el fondo de la huerta de mi abuela, quizá saboreando los caimitos de la vecina o quien sabe viendo volar a los abejorros entre los árboles frutales, cuando oí la voz de la anciana. ¡El diablo, Jorge, el diablo! Mi abuela raras veces leía el periódico, pero sin duda sabía que Dávila Durand era el azote periodístico de los zamarros incrustados en la administración pública de aquellos años. Estaba vestido de amarillo y había venido en una motocicleta roja, me parece, y comenzamos a hablar como si el diablo y yo nos hubiéramos conocido de toda la vida. Salimos a dar una vuelta por Yarina Cocha para comer pifayos mientras contemplábamos los andares de nuestras paisanas. Javier estaba metido hasta las narices en el periodismo y hablaba de “Manguaré” con gran entusiasmo, mientras yo buscaba un lugar para estar en la sombra y hablar de otras cosas. Yo le decía que había regresado a Pucallpa con la idea de dar cuerpo a una caja de música en la que se oyera el habla local y en la que se vieran a los personajes debatiéndose en la lucha por la existencia. Y Javier hablaba de Yara, de la necesidad de la compenetración en los mitos para para hablar de la realidad.
A partir de entonces, pocas veces hablamos de periodismo; muy a menudo, si, de la Amazonía, de Atalaya, de Contamana e Iquitos, Tarapoto y Moyobamba. Pero siempre de Poesía. Así, con ese tipo de “P”. Él, de Neruda y Juan Gonzalo Rose, y yo, dale que dale, de Seferis, T.S. Eliot y Ungareti.
Por esos días Javier se lanzó a la aventura de crear y gestionar el “Che-Che Room”, un bar-restaurante del jirón Tarapacá de la sedienta Pucallpa. Y ese local se convirtió en el núcleo visible de nuestras conversaciones. Ahi conocí a Ocho Arrobas y a Agustín Rivas. En Lima acababa de salir Estos 13 de José Miguel Oviedo y, pocos meses después, el primer número de la revista Hora Zero. Mi amigo Jorge Pimentel me remitió varios ejemplares del uno y del otro que puse al alcance de Javier y de Juan Sánchez Pacheco. En ese local, entre tragos van y tragos vienen, nació la idea de sacar a luz Hora Zero Oriente, revista solo de literatura y nada más que de literatura. Por esos días también andaba por Pucallpa el poeta Germán Lequerica y, claro, solicitamos su colaboración. Me entregó un relato, “Ese maldito viento”, y, con el perdón de los germanistas, sigo creyendo que es lo mejor que he leido de Lequerica.
Los poemas que Javier entregó para la revista fueron: Reclamo para César Arias, Casi réquiem para el pintor de la selva, La mecedora de mi padre y Con Juan Ojeda donde quiera. Después de leerlos tuve la convicción de que la intensidad de su verso entre lírico y elegíaco se convertía en una urgencia en las páginas de la futura revista.
Envuelto en no sé qué torbellino, sin que la revista se materializara, Javier cerró el negocio del jirón Tarapacá y se trasladó a Iquitos. Más que cualquier otra parte de la Amazonía, el verdadero axis mundi de Javier se halla en esa ciudad. Su imaginaciíon se había nutrido desde la infancia en ella. Sus más cercanos afectos residían ahí. Y, simbólicamente, en alguna parte de sus ser, sabía donde se hallaba “la llave” de ese lugar. Nos volvimos a encontrar en su ciudad de predilección para entregarle en sus propias manos Hora Zero Oriente. Yo estaba a punto de dejar la enseñanza para entregarme a la promoción cultural en un organismo del Estado antes de que la realidad me obligara a dejar Pucallpa para volver a Lima. Y en Lima, por intermedio de Roger Rumrrill, volvimos a encontrarnos. Javier estaba ahora inmerso en la aventura de Proceso, una revista de actualidades profundamente “creyente” pues solo salía a luz cuando “dios” quería. Sin embargo por aquellos tiempos el dios de las finanzas quería y la revista salía con frecuencia. En varioas números le eché la mano para acelerar la llegada y ganarme unos cobres. En 1976, su sello editorial publicó mi segundo poemario, justo en vísperas de mi viaje a Francia.
Pasaron los años y entre tanto Javier no volvió a cometer poesía, o si lo hacía permanecía en un silencio de acero. De vez en cuando nos escribíamos y en diciembre de 1988 recibí en París un ejemplar de Yo, el sujeto. Este poemario aparecía después de 22 años de la publicación de su primer libro. A ellos le seguirían Dispersada luz (1992), Canto del dolor y de la angustia (1994), El amor es un río esplendoroso (1997), Travesía sin puerto (2000), Cerezo de alba (2004), Parque de reserva (2005), Poemas de amor para no jubilarse (2005), entre otros. En ellos nos encontramos con hazañas formales siempre habitadas por la idea de pertenencia a un sitio, a un determinado punto del espacio. Poesía lárica. Poesía del enraizamiento. Pero cuando se subraya eso conviene precisar que no sólo se trata del concepto geográfico, sino también familiar y sentimental. Se asiste al entroncamiento con una melodía heredera al mismo tiempo de los aportes de Federico García Lorca y Rafael Alberti: el tono de sombras y de figuras que emergen del fondo del pueblo que habita en Romancero gitano, y el verso cantarín y añorante del lar que se engrandece en Marinero en tierra.
En la mayoría de su poesía yo había visto al hombre conversando con sus amigos, dando cuenta de las visiones, amores, anhelos de los otros; se le entreveía monologando sobre el destino ajeno para referirse al suyo de manera sesgada. En algunos momentos había oído la voz del desencanto y hasta del hastío a través de ensueños que lo sumergían en los aconteceres de sus compañeros de ruta, en la maravilla de la visión y el sonido; todo un mundo que se sostiene en base a una fuerte sensorialidad y en la transmutación que recubren a los personajes con un hálito mágico y poético. Pero de pronto brotaron en esa poesía elementos profundamente perturbadores, como salidos de otro mundo o por lo menos traductores y correctores de la visión de mundo que nos proponía. Javier jugaba con las asociaciones de palabras explotando su sonido; unía sustantivos y adjetivos que provocaban tensiones visuales, auditivas, olfativas y táctiles. Los lectores eran arrastrados por ese remolino de visiones en el que su retórica quedaba cubierta por el sonido de la onda musical, por sus sólidas junturas, por la visión del fracaso y la muerte que acechaba. Se precibe el inicio de este fenómeno en la edición final de Yo, el sujeto. Ahí aparecen tres poemas como salidos de otro mundo, o por lo menos traductores y correctores de la visión de mundo que nos proponía inicialmente. Ellos son: “Soneto que soy cantando”, “Canto por mi mismo”, y el que da título al libro.
Conservo en mis archivos los poemas dedicados al padre y al hermano, pero no puedo resistir la tentación de dar a conocer el poema que Javier escribió en Valencia, el 28 de marzo de 1996, a orilla del Mediterráneo: Poema a la virtud.
“A Natividad Madero Candela,
ala, nieve, aire, ¡todo cuanto vuela!
El oro puro, el sol, el universo,
la poesía en un solo verso.
¡Todo cuanto brilla! ¡Todo para ella
por un solo bocado de paella!
Todo para Natividad Madero
que regala amor en aroma fiero,
en tenue pan, en fruta compartida,
en la riqueza de un país entero:
¡la España universal que yo más quiero
en una fuente de sabor y vida!
A fines del siglo XX, en una de mis repentinas apariciones por Iquitos, nos encerramos en la casa de su suegra para leer el poemario «Las Cédulas del Inquisidor». Un libro vigoroso, de enraizamiento en la historia y en la lengua. Le dije que ya no había que nover ni una coma de un conjunto en el cada uno de los elementos a mi me parecían que sonaban armónicos. Pero pese a mi entusiasmo no he visto el libro hasta ahora por ninguna parte. O Javier no me ha creido y por lo tanto no ha buscado editor. O los editores son unos sonsos, lo que la verdad no me extrañaría.
Por todo lo que he señalado a propósito del axis mundi de Javier Dávila Durand ahora opto por dar a conocer el poema al que él mismo alude al hablar de “Poemas Perros”: Iquitos
“Ciudad que amo y odio a fuego lento
y que degüello en sus propios atardeceres
de cielos de sangre.
Ciudad que amo como a dulce muñeca prostituta.
(Su paisaje soberbio llena de ácaros mi corazón).
Odio su falso esplendor de alba que promete,
el río mudo por las ciénagas y barcos que la defecan,
el rostro degradado desde su infancia,
la barbaridad de su vientre que desvirgan
falos de metal siniestros
y su capacidad de cocodrilo para devorar las estrellas
que nos tocaba encender.
Odio el tufo de aguardiente alterado en su entraña,
sus ríos apiñados que bebo
en el reino sin nombre de orillas sin nombres
y que huyen como delincuentes
convertidos en ágiles serpientes.
Pero odio más a sus buitres noctívagos
que despedazan criaturas que sonreían;
a los zorros, entre tú y yo, entre cuántos,
sí, entre Dios y nuestra alma
que salen de la iglesia
a regar, como agua bendita, el incienso
laico del esperma de cada uno.
Ciudad por encima y por debajo de mi ombligo.
En tu nombre de patria silvestre,
amo, sin embargo, a mí país con dientes de murciélago
y habitada por usted y por el otro escarabajo,
por vuestras miradas de buhos contentos
y por los que sonrién abriéndose los bolsillos.
Por gentes, señor general, señor ministro,
con uñas de colores, con pestañas curvas
y con rayos de péndulos de hierba.
Ciudad que me quiebra en tres el alma,
en cuatro partes el ojo que llevo a la derecha.
Ciudad que desguarnece los pronombres de su espíritu infinito.
Por eso mi odio tiene tu tamaño desigual
y crece con tu crecimiento devastado.
Ah, tú, ciudad, gigante como el ruido perpetuo.
Cómo no odiarte si asesinas el canto de las aves.
Y por eso debo huir de tí,
porque tú misma te odias y nos odias.
Cómo no migrar. Como no exiliarme.
Pero encuentro alhajas más útiles que el oro
en tu ojo izquiedo que me guiña
y en la mano ésta que me fotalece
el inicio de la mañana:
cuando libero los fantasmas del infierno.
Ciudad mía que amo desde mi abismo y mi cima.
Aquí estoy en tu puerto oteando el horizonte oscuro.
Y no sé si quitarme la camisa nueva
o abrocharme las del rudo temporal que aproximas.
Aquí estoy, odiándote y amándote.
Pero con los brazos abiertos para cogerme desesperado
de tu cintura de arena,
sin importarme ya la sonoridad irredenta,
que ahora me parece de tu aplauso.
Un hombre pasa por mi lado y me saluda,
y ya soy alguien.
Y pasan otros más,
y otro alguien me sonríe.
¡En sus miradas camino tus calles!»
Nuestra comunicación pasó a ser telefónica. Me enteré que había comenzado a dirigir un centro cultural y que tenía previsto una serie de actividades. Me enteré que los que cortan el paiche en Iquitos hallaban gozo en ponerle trabas. Me enteré que Javier, en solidaridad con su amigo el rector que había puesto en marcha el proyecto, dejó el trabajo y se fue a Manaos. En mi más reciente estancia pucallpina le llamé desde la casa del poeta Welmer Cárdenas. Tratamos de reirnos un poco pero Javier estaba triste. En los días que siguieron quise volver a leer su poesía y la he buscado en las liberías y bibliotecas de la capital sin poder ubicarla. Sus libros no están ahí donde debería estar. Y dentro del concierto nacional su voz no está donde debería estar. Ni su voz ni sus libros están en el lugar que les corresponde porque en la Amazonía, su casa, no hay librerías. Y la Lima de siempre prefiere ser invadida por los provincianos en vez de concentrarse y realzar en el interior del país lo que realmente vale la pena.
Semblanza publicada originalmente en el Suplemento semanal de arte y cultura, Rezistencia, en su edición Nº 41 del 25 al 31 de julio, 2013 y cedida gentilmente por el autor. Gracias, poeta.
edición 41 – suplemento cultural rezistencia.pdf
SOBRE EL AUTOR DE LA NOTA, TAMBIÉN VER:
https://hablasonialuz.wordpress.com/2006/09/13/tapiz-de-la-errancia-o-una-poetica-del-destierroformas-del-delirio-de-jorge-najar/
Tags: Javier+Dávila+Durand , Poesía+Amazonia , Jorge+Nájar , Poesía+Perú
HABLANDO DEL PODER DE LA INVENCIÓN, a propósito de Para una una tumba sin nombre de JUAN CARLOS ONETTI y La Verdad de las Mentiras de MARIO VARGAS LLOSA
julio 20, 2013 a las 1:10 am | Publicado en Artículos sobre Literatura, Comunicación y Cultura, Creación, Documentos | Deja un comentario
Mario Vargas Llosa, Pablo Rocca y Sonia Luz Carrillo Mauriz. Centro Cultural de España, Lima, 2009
En mayo del 2009, intervine como expositora en el Conversatorio organizado por el Centro Cultural de España en Lima , en homenaje al escritor Juan Carlos Onetti. La actividad titulada La ficción como una realidad autónoma: asedios a la obra de Juan Carlos Onetti fue presidida por Mario Vargas Llosa y contó con la participación de los escritores Pablo Rocca, y Ana Inés Larre Borges , de Uruguay junto a los escritores Miguel Gutiérrez y Sonia Luz Carrillo del Perú.
REPRODUZCO EL TEXTO DE MI INTERVENCIÓN:
EL PODER DE LA INVENCIÓN. Lectura de PARA UNA TUMBA SIN NOMBRE de J.C. ONETTI a la luz de LA VERDAD DE LAS MENTIRAS de Mario Vargas Llosa.
Considerada una de las obras cimeras de la narrativa latinoamericana, Para una tumba sin nombre (1959)[1] presenta la poética de Juan Carlos Onetti, narrador uruguayo nacido en Montevideo, en 1909 y formado literariamente en momentos en los que se expandía la estética vanguardista en las ciudades de Montevideo y Buenos Aires.
Como recuerda Angel Rama, su nacimiento literario está marcado por la aparición de la influyente revista Sur – con su propuesta de modernización que implicaba la incorporación de las letras argentinas al concierto occidental – así como un golpe de estado que inicia una larga temporada de gobiernos militares “sobre un trasfondo social de intensa crisis” y la presencia del pensamiento de Ortega y Gasset (Revista de Occidente) Paul Valery y Waldo Frank . Tanto en la pintura como en la narrativa – dice Rama- se empezará a representar la vida urbana de las clases medias. Esta nueva concepción artística se basa en la unidad de la obra artística, su autonomía, la rigurosa composición interna, el uso coordinado de los elementos significativos, su instalación en el plano estético, su voluntad de otorgar significado al entorno, y el reconocimiento de la libertad en la creación.[2] Concepción que, por otro lado, empiezan a compartir simultáneamente los artistas de casi toda América Latina.
En Para una tumba sin nombre encontramos un claro ejemplo la nueva actitud expresada como ambición estética, la misma que en algunos escritores implicaba búsquedas cautas y en otros más arriesgadas. El tema es la ficción y su siempre difícil relación con la “realidad real”. Por ello, en las líneas que siguen se exponen los hallazgos de una lectura de la obra de Onetti fundamentalmente a la luz de las nociones que sobre la naturaleza de la ficción literaria propone el narrador peruano Mario Vargas Llosa en su obra La verdad de las mentiras (1990)[3], en la que una y otra vez insiste que “las novelas mienten – no pueden hacer otra cosa – pero ésa es sólo una parte de la historia. La otra es que, mintiendo, expresan una curiosa verdad, que sólo puede expresarse disimulada y encubierta, disfrazada de lo que no es”.[4]
Elegimos Para una tumba sin nombre porque, pese a que el tema de la escritura se halla presente en casi todo el corpus onettiano, es en esta obra en la que de manera más nítida, el autor reflexiona y nos propone una reflexión acerca del poder y las virtudes de la ficción. Estimula esta lectura la posibilidad de establecer las coincidencias entre ambos autores frente al tema de la ficción literaria. Onetti, usando la propia ficción, mientras Vargas Llosa, elige el ensayo.
La obra de Onetti es un contar cómo se cuenta una historia. Se trata de la historia de “una mujer de Santa María, en Buenos Aires, (que) en la entrada de una estación, sobre una plaza, cuenta un cuento a los viajeros; viene de, va a alguna parte y necesita dinero para el pasaje. Para que le crean, lleva consigo un chivo”[5]. Sobre esta matriz, un conjunto de voces narra los acontecimientos ya en forma de testigos – informantes o como narrador principal que es el que plasma la escritura. Pasan sucesivamente de narrador a lo narrado y queda establecido que el acto de narrar – y por ello la escritura – que es consecuencia de la observación directa, entraña el riesgo de la mentira, en el sentido de variar la realidad objetiva al “contaminarla” de subjetividad. Es obvio que esta particularidad estilística de narradores múltiples no es gratuita, ni exclusiva de esta obra en Onetti, quien en la casi totalidad de sus obras expone lo que Angel Rama llama “el cuestionamiento a la capacidad cognoscitiva del escritor” , fruto además de un rasgo de la modernidad cual es la asunción de la realidad con todas sus dudas e incertidumbres .[6]
Esta característica de Para una tumba sin nombre, nos hace recordar inmediatamente las reflexiones de Mario Vargas Llosa cuando analizando Tambor de hojalata de G. Grass, en la que también se hace uso de este recurso, señala: “Haríamos mal en ver en esta identidad cambiante del narrador un mero alarde estilístico. Se trata sin duda de un símbolo más que representa esta doblez… ser simultáneamente el narrador y lo narrado, quien escribe o inventa y el sujeto de su propia invención. La condición de Oscar, desdoblándose así, siendo y no siendo el que es en lo que cuenta, resulta una perfecta representación de la novela: género que es y no es la vida, que expresa el mundo real transfigurándolo en algo distinto, que dice la verdad mintiendo”[7]
La obra de arte en general y la literatura por extensión, es una aceptación gozosa y lúdica de la capacidad humana de inventar, y esta invención se da en la elaboración de múltiples sentidos que hacen de ella un texto abierto a la intervención del receptor, partícipe activo en la elaboración del sentido. En el caso de la obra que analizamos esta participación deja de ser una invitación y se convierte en – como en todas las obras de Onetti – en un imperativo de gran fuerza. Desentrañar la simbología de la obra deviene así en una condición ineludible para poder acceder al gozo estético.
IMAGENES EN UNA TUMBA SIN NOMBRE.
En primer lugar, quisiera detenerme en el título. Si asumimos que la conjunción de verdades y mentiras de las que está plagada la historia proviene de una y otra voz narradora, cobra sentido la frase “sin nombre” como un señuelo de la incapacidad de atribuir a un narrador identificado e infalible la autoría de este foso, de esta tumba, que sería la realidad distorsionada e inasible.
Luego encontramos al chivo, símbolo fundamental y representación de la obra, la escritura de ficción; lo “irreal” que se alimenta a expensas de la realidad. “Enorme y quieto, blanco sucio, creciendo a cada minuto, desinteresado de la gente y sus problemas, hediendo porque sí. El cabrón que es lo que cuenta” .[8] Una ficción, una mentira, de la que nos ha dicho el autor que es : “Un chivo no nacido de un cabrón sino de una inteligencia humana, de una voluntad artística”[9]. Y nos remarca que es lo único que cuenta. Esta valoración de la ficción es la misma que hallamos en Mario Vargas Llosa con ocasión de su análisis de Auto de fe de Elías Canetti. Ahí señala : “Para que una obra de ficción lo sea, ella debe añadir al mundo, algo que antes no existía, que sólo a partir de ella y gracias a ella formará parte de la inconmensurable realidad. Ese elemento añadido es lo que constituye la originalidad de una ficción, lo que diferencia a ésta , ontológicamente, de cualquier documento histórico.”[10] Ese “añadido” para hacer creíble la historia que Rita cuenta a los que aborda en la estación, es el chivo.
Rita, personaje y narradora aludida es también poderosa representación de la vida, la realidad, los hechos, lo que es usado, explotado, en aras de la ficción. De sus virtudes y abyecciones se alimenta el chivo; está unida a él, condenada en “la morbosa esclavitud al chivo”. La realidad “real” tan enigmática o tan imposible de ser conocida en su totalidad como la propia ficción. Tanto así que al final se duda de su existencia o de su identidad. La realidad prostituida, víctima y culpable a la vez, y ante la que él o los narradores manifiestan alternativamente lástima, indiferencia u odio. Realidad que a todos nos involucra. Juegos de verdad y mentiras ante el que: “Todos somos culpables… los culpables éramos todos nosotros, sin excluirla a ella.”[11] Rita, o la realidad, que tiene ante la ficción una actitud ambivalente. Odia y ama al chivo que ella nutre. Vargas Llosa lo expresa de otro, casi idéntico, modo: “Sueño lucido, fantasía encarnada, la ficción nos completa, a nosotros, seres mutilados a quienes ha sido impuesta la atroz dicotomía de tener una sola vida y los deseos y fantasías de desear mil. Ese espacio entre nuestra vida real y los deseos y las fantasías que le exigen ser más rica y diversa es el que ocupan las ficciones… Esa es la verdad que expresan las mentiras de las ficciones : las mentiras que somos, las que nos consuelan y desagravian de nuestras nostalgias y frustraciones”. [12]
Por otro lado, Díaz Grey, Jorge Malabia, Tito Perotti, Godoy y la mencionada Rita son los múltiples narradores, testigos e informantes, representaciones de las distintas perspectivas de encarar un relato de ficción. Jorge Malabia y Tito Perotti , testigos e informantes orales de quienes Díaz Grey irá tomando aspectos de un relato con los que construirá su propia inacabada versión. En un pasaje, Malabia que alcanza unos breves datos sobre el velorio de Rita dice: “un velorio en que durante muchas horas no hubo nadie más que yo, un cadáver, un cabrón rengo y hambriento… Con esos datos puede hacer su historia.”
Todos comparten la incapacidad de conocer realmente la verdad, tal vez porque como dice Vargas Llosa “Al traducirse en palabras, los hechos sufren una profunda modificación.” Cuando esta modificación se da en clave literaria, en el sentido de escritura – invención es fácilmente asimilada como verdad. Como señala Josefina Ludmer “ Lo escrito por el médico (Díaz Grey), lo manifiestamente inventado creado, es lo que, en el vértigo de las versiones y los cuentos, persiste como verdad; Tanto Jorge como Tito adoptan de inmediato la existencia de Ambrosio y su creación del chivo y no la cuestionan.”[13]
Interesante aspecto al leer Para una tumba sin nombre es el de las posiciones del creador con respecto a los mecanismos de la creación. Primero, hay una alusión al “Precursor” (¿ narrador omnisciente?) “No Ambrosio, ya que había desaparecido, aventado por su propia obra, por el detalle de perfección que se aventuró a imponer.” Obra con características ante las que “el público empezó a mostrar una desconcertante tendencia a decir que sí casi sin dificultad”. Esa facilidad del mensaje unívoco, de la estructura manida, repugna al creador y lo impulsa a las búsquedas formales. Nuevas técnicas de narrar , nueva estructura del relato, eso aparecerá gozosamente: “alguna noche de ayuno, de forzada lucidez, decidió, simplemente, que el truco podía seguir siendo útil si se le daba vuelta como un guante, si la cabeza pasaba a ocupar el sitio de la cola”. Clara alusión a la transposición de tiempos en el relato, entre otras técnicas modernas. Luego Ambrosio, “el perfeccionador” que ingresa “usando con cautela los pocos elementos disponibles. Puede ser imaginado más que lacónico; casi mudo, permanentemente arrinconado, con la expresión pensativa de quien persigue sin éxito algo en qué pensar.” El trabajo en la formulación de un lenguaje artístico propio, la ambición de consolidar un estilo, presente en todo creador. “Y otra vez silencioso, como si todavía no hubiera aprendido a hablar, como si persistiera en la añosa tentativa de crear un idioma, el único en que le sería posible expresar las ideas que aún no se le habían ocurrido”. Onetti, en boca de sus personajes proclama que en la misma creación de ese lenguaje está la propia creación de un escritor : “ignoraba que estaba vacilando entre su verdadero nacimiento y la permanencia en la nada”.[14]
El elemento narrativo constituido por la anécdota es el pretexto para que todos los otros funcionen. La dosis de “realidad” en un relato determina la naturaleza del mismo. De hecho, tanto la Historia como el Periodismo, en el decir de Vargas Llosa “encarcelan en el tiempo artificial del relato ese torrente sin riberas del tiempo real”. Pero, como luego añade, la novela se rebela y transgrede la vida, mientras los otros géneros no pueden hacerlo. En todo caso se trata de “sistemas opuestos de aproximación a la verdad.” Es inútil buscar la veracidad en la anécdota que dispara la imaginación. A los lectores nos basta que sea verosímil ese mundo distorsionado maravillosamente por la ficción. Preguntado sobre el tema el mismo Juan Carlos Onetti responde: “ En cuanto al mundo distorsionado, concedo. Pero o uno distorsiona al mundo para poder expresarse o hace periodismo, reportajes, malas novelas fotográficas.”[15] Por su parte, el narrador peruano es reiterativo al propugnar: “No es la anécdota lo que en esencia decide la verdad o mentira de una ficción. Sino que ella sea escrita, no vivida, que esté hecha de palabras y no de experiencias concretas.”[16] En un momento dirá : “… en la distorsión de la realidad … se esconde una profunda verdad. Una verdad secreta e inasible, huidiza como el azogue, que trasciende lo episódico y no se puede verificar objetivamente, una verdad sutil, cuya silueta sólo se delinea a través de las fantasías (las mentiras) que ella misma inspira.” [17]
A la modificación de la realidad representada en palabras se añadirá otra nos dice Vargas Llosa “A esta primera modificación se entrevera una segunda, no menos radical: la del tiempo. La vida real fluye y no se detiene, es inconmensurable, un caos en el que cada historia se mezcla con todas las historias y por lo mismo no empieza ni termina jamás. La vida de la ficción es un simulacro en el que aquel vertiginoso desorden se vuelve orden.”[18]
En Para una tumba sin nombre, el narrador Díaz Grey al final nos habla de los materiales previos a la creación: “..esto era todo lo que yo tenía…Es decir, nada; una confusión sin esperanza, un relato sin final posible, de sentidos dudosos, … Ignoraba el significado de lo que había visto , me era repugnante la idea de averiguar y cerciorarme …(la historia) La hice con deliberadas mentiras…” Uno de los testigos informantes, Jorge Malabia también había dicho respecto al chivo (respecto a la creación) “ Un chivo. Tan blanco, inmóvil y perfecto como un chivo de juguete. Tan increíblemente fiel a la idea que pueda tener de un chivo un niño o un artista fracasado que se ganara la vida trabajando para una fábrica de animales de juguete. Era una mentira y continuó siendo esa estimulante mentira durante toda la historia.”[19]
POR QUÉ Y PARA QUÉ ESCRIBIR? LAS MOTIVACIONES.
“Lo único que cuenta es que al terminar de escribirla me sentí en paz, seguro de haber logrado lo más importante que puede esperarse de esta clase de tarea: había aceptado un desafío, había convertido en victoria por lo menos una de las derrotas cotidianas”. Así termina la obra de Onetti. La primera frase nos es familiar, la habíamos leído exactamente igual respecto al chivo. De hecho en cualquier creador está presente como la única motivación válida el gusto de hacerlo, la gratuidad de la creación, su dimensión lúdica y gratificante.
Esto se traduce en palabras de Jorge Malabia (en conversación con Díaz Grey, el narrador escritor): “Todo es mentira. Tito y yo inventamos el cuento por la simple curiosidad de saber qué era posible construir con lo poco que teníamos: Una mujer que era dueña de un cabrón rengo, que murió,… Usted estaba casualmente en el cementerio y por eso traté de probar en usted si la historia se sostenía. Nada más.”[20]
Díaz Grey (¿Onetti?) menciona la paz conseguida por la seguridad de haber logrado lo más importante que puede esperarse de esta clase de tarea: la creación. Ella significa la victoria frente a las derrotas cotidianas. Mario Vargas Llosa insiste en muchos momentos de la obra citada en el carácter compensatorio, vicario y gozoso de la creación (y la re – creación a través de la lectura). Coincide una vez más con el narrador uruguayo. Como hemos podido observar, casi con idénticas palabras, la narrativa de Onetti y la argumentación de Mario Vargas Llosa han enarbolado la libertad de la creación a despecho de toda servidumbre, la noción de la autonomía del arte y la indeclinable independencia del creador.
Para terminar, quisiera señalar que las nociones de obra abierta y receptor partícipe también quedan expuestas en la novela de Juan Carlos Onetti. Recordemos especialmente, a Malabia diciendo a Díaz Grey: “La dejamos así como una historia que inventamos entre todos nosotros, incluyéndolo a usted. No da para más.” Y más precisamente a través de la respuesta de éste: “Sí. Quiero decirle que da para mucho más la historia; que podría ser contada de manera distinta otras mil veces”.
Como otras mil veces podrá ser leída. De hecho, será leída. Siempre de manera distinta, de manera creativa, es decir, también mentirosa.
[1] Onetti, Juan Carlos. Para una tumba sin nombre. Barcelona. Seix Barral, 1980 Montevideo: Ediciones Signo, 1959
[2] Conceptos expresados por Rama en un artículo publicado en stui di letterstura Ispano -americana. Milán. No. 13-14, 1983 pp 45 -61 En: Juan Carlos Onetti. Serie El escritor y la crítica. Madrid : Taurus ediciones, editor Hugo Verani, 1987 p. 75
[3] Con este mismo título apareció en 1984 un artículo de M.V.Ll. en el Diario El País de España. Antecedente de esta frase encontramos la opinión del escritor peruano Sebastián Salazar Bondy, en 1965: “La novela es una invención, el arte es una invención, es una gran mentira, es la más maravillosa de las mentiras”. En: Primer Encuentro de Narradores Peruanos. Arequipa 1965. Lima, Latinoamericana editores. 2da. Edición, 1969 p. 104
[4] Vargas Llosa, Mario. La verdad de las mentiras. Lima: Peisa, 1990 p. 7
[5] Esta simflificación de la historia se halla en : “Contar el cuento” estudio de Josefina Ludmer (1959) . En : Juan Carlos Onetti. Serie El escritor y la crítica. Madrid : Taurus ediciones, editor Hugo Verani, 1987 p. 298.
[6] En el artículo citado anteriormente, Rama señala que es fundamentalmente a partir de Los adioses “El narrador deviene en oquedad… transponiéndose todo él en palabra narrativa, en literatura”.
[7] Vargas Llosa . Ob. Cit. p. 152
[8] Onetti. Ob. Cit. p. 114
[9] Ibídem. P. 98
[10] Vargas Llosa, Ob. Cit. p. 90
[11] Onetti, p. 122
[12] Vargas Llosa, p. 12
[13] Ludmer, Josefina. En Ob. Cit. p. 320
[14] Onetti, pp. 103 a 106
[15] “Onetti y sus demonios interiores” En : Marcha No. 1310 Montevideo , julio de 1966
[16] Vargas Llosa , p. 9
[17] Ibídem, p. 187
[18] Ibídem p. 10
[19] Onetti, p. 98
[19] Onetti, p. 142
[20] Onetti, p. 142
Sonia Luz Carrillo Mauriz
Profesora Principal de la Facultad de Letras
Universidad Nacional Mayor de San Marcos de Lima
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DE VEZ EN CUANDO, LA VIDA…
julio 14, 2013 a las 12:07 am | Publicado en Miscelánea | Deja un comentarioDe vez en cuando la vida
nos besa en la boca
y a colores se despliega
como un atlas,
nos pasea por las calles
en volandas,
y nos sentimos en buenas manos;
se hace de nuestra medida,
toma nuestro paso
y saca un conejo de la vieja chistera
y uno es feliz como un niño
cuando sale de la escuela.
De vez en cuando la vida
toma conmigo café
y está tan bonita que
da gusto verla.
Se suelta el pelo y me invita
a salir con ella a escena.
De vez en cuando la vida
se nos brinda en cueros
y nos regala un sueño
tan escurridizo
que hay que andarlo de puntillas
por no romper el hechizo.
De vez en cuando la vida
afina con el pincel:
se nos eriza la piel
y faltan palabras
para nombrar lo que ofrece
a los que saben usarla.
De vez en cuando la vida
nos gasta una broma
y nos despertamos
sin saber qué pasa,
chupando un palo sentados
sobre una calabaza
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CIENTO TREINTA AÑOS CON FRANZ KAFKA: AMÉRICA (FRAGMENTOS)
julio 3, 2013 a las 3:27 pm | Publicado en Artículos sobre Literatura, Comentarios diversos, Comunicación y Cultura, Noticias y demás... | 2 comentarios
Joven Franz Kafka
Franz Kafka, nacido el 3 de julio, de 1884 en Praga, en el seno de una familia judía, es sin ninguna duda uno de los escritores que ha influido de manera más decisiva en la narrativa del siglo XX, baste recordar que Gabriel García Márquez escribió hace un tiempo que sin la lectura de la Metamorfosis de Kafka no hubiera sido posible luego su reconocida obra.
De infancia y adolescencia difíciles, un padre autoritario, la muerte temprana de dos de sus hermanos menores, Georg y Heinrich, y , posteriormente, las de sus hermanas, Gabriele («Elli»), Valerie («Valli»), y Ottilie («Ottla») víctimas del holocausto propiciado por el nazismo, marcaron su carácter y su profunda y singular visión de la vida.
Inolvidable su Metamorfosis pero es necesario mencionar que también le debemos El Castillo, El Proceso, América, además de muchos otros cuentos cortos y cartas. Precisamente las cartas y otros escritos los hemos llegado a conocer gracias a su amigo Max Brod, quien desobedeciendo su orden de que fueran destruidos, los publicó de manera póstuma.
Es evidente que no fue fácil para el autor el asumir su vocación literaria, Kafka se doctoró en leyes por la Universidad de Praga, obteniendo el título 1906, después de haber pasado por aulas de historia del arte y química.
Recordándolo, admirando su inmensa humanidad, reproduzco breves fragmentos de su novela América, al parecer iniciada en 1912 y que no llegó a concluir, por lo que la conocemos tal y como la dejó y fue publicada en 1928. En carta a Brod escribe: «Ahora veo que mi intención fue escribir una novela a lo Dickens, bien que enriquecida por luces más fuertes que sustraje a mi época y por temas que habría recogido de mi mismo… Reconozco en Dickens su poderoso caudal irreflexivo pero escenas también de una «espantosa endeblez». (Citado por Blanca Solares en “Kafka descubre América”)
CAPÍTULO PRIMERO: EL FOGONERO (Fragmentos)
Cuando Karl Rossmann -muchacho de dieciséis años de edad a quien sus pobres padres enviaban a América porque lo había seducido una sirvienta que luego tuvo de él un hijo- entraba en el puerto de Nueva York a bordo de ese vapor que ya había aminorado su marcha, vio de pronto la estatua de la diosa de la Libertad, que desde hacía rato venía observando, como si ahora estuviese iluminada por un rayo de sol más intenso. Su brazo con la espada se irguió como con un renovado movimiento, y en torno a su figura soplaron los aires libres.
«¡Qué alta!», se dijo, y como ni siquiera se le ocurría retirarse, la creciente multitud de los mozos de cuerda que junto a él desfilaba fue desplazándolo, poco a poco, hasta la borda.
…
Karl, sin embargo, no abrigaba afecto hacia aquella muchacha. En el hacinamiento de los hechos de su pasado, que iba alejándose más y más con el correr de los días, permanecía ella sentada en su cocina, junto al aparador sobre cuya tabla apoyaba los codos. Lo miraba cuando, de tiempo en tiempo, iba él a la cocina con el objeto de buscarle a su padre un vaso para beber agua, o a fin de llevar un recado de la madre. A veces, en esa actitud complicada, a un costado del aparador, escribía ella una carta, y buscaba sus inspiraciones en el rostro de Karl. A veces tenía los ojos cubiertos con una mano; ninguna palabra que le dirigiera llegaba entonces hasta ella. Otras veces permanecía arrodillada en su estrecho cuartito pegado a la cocina y dirigía sus rezos a un crucifijo de madera; Karl la observaba entonces con timidez, sólo al pasar, por la rendija de su puerta un poco entreabierta. A veces corría y saltaba por la cocina y, con risa de bruja, retrocedía de pronto sobresaltada si Karl le interceptaba el paso. A veces cerraba la puerta de la cocina después de haber entrado Karl y retenía el picaporte en la mano hasta que él pedía salir. A veces iba y traía cosas que él ni siquiera deseaba, y sin decir palabra se las ponía en las manos. Y cierta vez dijo: «Karl», y lo condujo, entre muecas y suspirando, en medio de su asombro por tan inesperada manera de apostrofarlo, a su cuartito, que cerró con llave. Estrangulándolo, se colgó de su cuello en un abrazo, y mientras le rogaba que la desnudase, en realidad lo desnudó a él y lo acostó en su cama, como si a partir de ese momento ya no quisiera dejárselo a nadie y sólo anhelase acariciarlo y cuidarlo hasta el fin del mundo.
-¡Karl, oh Karl mío! -exclamó como si lo viese y se confirmase a sí misma su posesión, mientras que él no veía absolutamente nada, sintiéndose incómodo entre tantas sábanas y almohadas calientes que ella parecía haber amontonado expresamente para él.
Luego se acostó también ella a su lado; quería saber de él quién sabe qué secretos, pero él no tenía ninguno que contarle y ella se disgustaba, en broma o en serio; lo sacudía, auscultaba el latido de su corazón, y ofrecía su pecho para una auscultación similar, pero no consiguió inducir a Karl a que lo hiciera; apretó su vientre desnudo contra el cuerpo del muchacho y buscó tan asquerosamente con la mano entre sus piernas que Karl, agitándose, trataba de sacar la cabesa y el cuello fuera de las almohadas; empujó luego el vientre algunas veces contra él, que se sintió invadido por la sensación de que ella formaba parte de su propio ser, y quizá fue ése el motivo del tremendo desamparo que entonces le embargó. Llorando se llegó finalmente a su propia cama, después de haber escuchado los repetidos deseos que ella manifestó de que volvieran a verse.
En: Kafka, Frans. América. Traducción de R. Kruger. Madrid, Sarpe, 1984, pp. 43-44
Hoy, 3 de julio de 2013, Google le rinde homenaje recordando a Gregorio Samsa, este insigne contemporáneo creado visionariamente por el genio de Franz Kafa:
TAMBIÉN VER:
Blanca Solares
http://biblioteca.itam.mx/estudios/estudio/letras32/notas4/sec_1.html
Tags: Frank Kafka , América de Kafka , 130 años de Kafka
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