LITERATURA Y PSICOANALISIS PARA CURARSE DE UNA ENFERMEDAD LLAMADA PERÚ, Jorge Nájar comenta la obra de José Zapata ‘El mendigo y su sombra’
diciembre 19, 2021 a las 2:03 am | Publicado en Artículos sobre Literatura, Comentarios diversos, Comunicación y Cultura | Deja un comentarioEtiquetas: El mendigo y su sombra, Jorge Nájar, José Zapata, Narrativa peruana

Acogemos con agrado el presente estudio del poeta y narrador Jorge Nájar a propósito de la obra de José Zapata
En El mendigo y su sombra, la segunda novela de José Zapata (Trujillo, Perú, 1958) estamos ante un universo topográfico fácilmente reconocible para el lector limeño, aunque en su entramado nunca se mencione la ciudad. Lima no tiene nombre y el personaje central tampoco. Reconocemos la ciudad por los escenarios. Reconocemos al personaje sin nombre porque él también posee los mismos reflejos de quienes residen allí y de quienes sobreviven obsesionados por las grandes preocupaciones de sus contemporáneos: ¿Qué ha fallado en esta sociedad? ¿Por qué nos enzarzamos en confrontaciones sin fin a medida que más nos hundimos en las arenas movedizas?
Una verdadera voz narrativa nos conduce hacia las entrañas de una relación entre la psicopatología del paciente y la sociedad a la que pertenece. Hasta dónde sé, en nuestro patrimonio literario no hay novelas con estas características. Tal vez sí ensayos y testimonios, pero no ficción narrativa. O quien sabe mi información no consigue visualizarlas. Anclada en la estrategia de la cura psicoanalítica, el narrador -un paciente rechazado por su terapeuta- reflexiona en torno a los recursos naturales del país y las posibilidades humanas: el sueño del mendigo sentado en un banco de oro. En el set del psicoanalista el paciente analiza este conflicto, lo que le permite a través de la interpretación entrar en su mundo herido emocionalmente. Vuelve una y otra vez al sueño y esa obsesión termina engendrando tensiones entre el paciente y el terapeuta. Saber las razones más profundas de esa tensión es lo que mantiene en vilo al lector, así como descubrir los entresijos de los amores clandestinos entre el sujeto y la hija de uno de sus mejores amigos.
Con esos elementos en marcha José Zapata consigue una novela muy bien compuesta. Y en ella, si bien el motor pareciera la historia del “rechazo” del terapeuta a seguir ocupándose de la cura de su paciente, el fondo resulta siendo la inquietante “discusión” entre ambos. Pasan por la materia psicoanalítica el tema del complejo de Edipo, la relación madre naturaleza-madre del psicoanalizado, el de la paternidad ausente en la constitución de la personalidad de J.C. Mariátegui, el de las interpretaciones de los poemas del poeta Vallejo, pero sobre todo el de las posibilidades desaprovechadas de la sociedad peruana con relación a sus “riquezas” y los recursos psíquicos de sus ciudadanos. Los personajes como Landeras -el terapeuta-, Ángela -la amante-, Francisco -amigo personal del paciente rechazado-, están muy bien caracterizados. Así y todo, es probable que algunos lectores echen de menos más elementos topográficos, sobre todo en las primeras partes donde sólo se nombran algunos lugares cercanos al Parque Kennedy. El texto en general, y todos los elementos anecdóticos que confluyen, están marcados por las características propias de cierto humor seco, algo semejante al de aquel que ríe en sus barbas. El ejemplo más visible es el de señalar las marcas de los vestidos que llevan sus personajes para una u otra circunstancia. Personajes poco sinceros. Personajes nutridos de dobleces y prepotencias. Pero también entrañables en sus flaquezas y grandezas sobre todo cuando al final se descubre la generosidad del “detestable” terapeuta frente a los problemas del paciente “rechazado”.
Ese tipo de personajes es en realidad algo que ha venido evolucionado a lo largo
del corpus narrativo creado por José Zapata. Hasta enero de 2018 en que tuve la
oportunidad de presentar ante el lector francés este universo narrativo, la obra del autor
se componía de diez cuentos y una novela: El conciliador y El cese. En esa oportunidad
señalé que El cese, publicada por primera vez en París, en el año 2000, y luego reedita en
Lima, era una novela extraña dentro del paisaje narrativo peruano; extraña porque sus
preocupaciones no van por el análisis de los traumas engendrados por la guerra interna,
ni por el combate identitario de nuestras regiones más íntimas, ni por el ancho camino
de la novela confesional : “mi papá es más malo que el tuyo”· No. No está en eso. El
narrador opta por recrear la metáfora de una jaula y dentro de ella la vida de un
burócrata. Así consigue pintar la psicología de un individuo atrapado en las redes de un
complot urdido por sus colegas. Hay que sumar a ello los relatos que componen El
conciliador, cuya primera edición apareció en Buenos Aires en año 2004; se condensa en
ellos un universo de subordinaciones y frustraciones marcados en gran parte por la idea
de la escritura como destino salvador. Recuerdo que después de señalar estas
características me atreví a formular la siguiente interrogante: “¿Qué le ha pasado al
creador de Benítez, al creador de los diamantes oscuros de El conciliador para que desde
entonces no haya vuelto a publicar?”
Pues bien, atrevámonos a suponer que el personaje sin nombre, el paciente
rechazado de El mendigo y su sombra (Santo Oficio, Lima, 2021) es la suma y destilación
de los componentes del universo que ha venido creando. Atrevámonos a suponer que la
estrategia del paciente es una manera de aludir al ser peruano, al Benítez expectorado
del vientre de la ballena, o a alguno de los tantos habitantes de la galería de
subordinados de El conciliador. En la historia del pájaro dentro de una jaula de felinos,
hay un discurso no manifiesto pero que de manera subterránea lo sostiene. Por debajo
de los acontecimientos externos y del drama de Benítez, el narrador está contando otra
historia, y esa es la de las miserias de la vida burocráticas pero en clave de humor negro.
Benítez es en realidad un rebelde, pero a pesar suyo. Este pájaro insumiso, al parecer, no
está capacitado para ser funcional dentro de la jaula burocrática que le exige
uniformidad con el entorno. Siguiendo las huellas del personaje el lector asiste al
montaje y desmontaje de la ligazón existente entre muchos “colegas” contra uno que se
resiste a obedecer a ciegas las “reglas del juego” para conseguir el ascenso y la
promoción. El tal Benítez es un joven funcionario del “Servicio Superior Público” -el
lector nunca llegará a saber en qué sociedad funciona este “servicio superior”- cuyo
comportamiento es por momentos conmovedor por sus reacciones chaplinescas tanto
en el terreno de lo privado como en público. No por eso hay que suponer que nos
encontremos únicamente ante una loca y angustiosa historia de crítica social. El
argumento enlaza una serie de situaciones, al igual que lo van haciendo los personajes, y
así se va formando una enorme bola que terminará estallando al final de la novela con la
revelación de lo que parece ser la clave del mundo burocrático: el entendimiento y
aplicación de las normas contenidas en “el libro magno”, “el código de conducta
institucional”. Un libro vacío.
¿Distopía? ¿El estado policial? Se dice y se repite que la literatura distópica se
utiliza para proporcionar nuevas perspectivas sobre prácticas sociales y políticas
problemáticas que de otro modo podrían darse por sentado o considerados naturales e
inevitables. He ahí la clave de la figura rebelde de Benítez. En su manifiesta incomodidad
frente a esas prácticas, la carcajada puede escapar fácilmente ante las situaciones
desproporcionadas de la tragedia en la que él mismo se va metiendo por su exceso de
celo profesional, por sus obsesiones, por sus afán analítico de lo que dicen los otros, e
incluso de sus propias ideas que terminan por dominarlo; palabras e imágenes que se
imponen en su mente de forma repetitiva y con independencia de la voluntad. Por eso
mismo, dentro del espantoso universo en el que se mueve, Benítez es, probablemente, la
versión moderna de un Quijote luchando contra los molinos de la mediocridad. Un
Quijote que cree ver fantasmas y agresiones por todas partes. Más aún, Benítez en su
quijotismo llega incluso a convertirse en el antihéroe perfecto entre personajes del
aparato administrativo cuyos tentáculos resultan más largos de lo que él mismo imagina.
Su tragedia pone al descubierto a “la élite del servicio público” entrampada en luchas
individuales de sumisión en pos del ascenso en la carrera. Entre personajes del aparato
burocrático pero también en el terreno doméstico -novias, familiares y vecinos sumisos
y perversos- Benítez adquiere las características del rebelde que se resiste a caer en las
trampas de la burocracia dorada. Y esa rebeldía contra la hipocresía, contra la conjura de
sus colegas que lo van marginando y confabulando para destruirlo, terminan por
convertir al personaje en el ejecutor de su propia destrucción y expectoración.
La novela está dirigida con una paciente estrategia de desvelamiento de los
pasadizos, corredores, despachos, fronteras y límites más turbios de la administración
pública. Así el autor logra mantener el interés del lector con el retrato de un abanico de
personajes infieles, desleales, traidores, arribistas interactuando dentro de la
maquinaria destructora. A través de la tortuosa y enrevesada personalidad de Benítez,
asistimos a un repaso del comportamiento psicosocial de la época que le tocó vivir en un
tono de burla que contrasta con la triste visión de las vidas de los personajes retratados.
Decíamos que no es solamente una loca y angustiosa historia de crítica social. La clave
parece ser sacar a luz lo oculto en el mundo burocrático: la obediencia ciega, la sumisión
y, por lo mismo, la conversión en cómplices de abusos y destrucciones de sus propios
colegas.
Con El Conciliador, José Zapata continúa con la puesta en escena de personajes
oscuros pero profundamente peligrosos, precisamente por ese comportamiento de seres
subordinados desarrollado en su novela. Pero en esta entrega hay un cambio radical. El
creador de ficciones parece haberse cansado de la distopía y se enfrenta ahora con la
historia y las situaciones otorgándoles nombre propios. El conciliador se compone de 10
cuentos, varios de ellos marcados por las preocupaciones de la “escritura”, pienso en el
magnífico Opus Magna y, singularmente, en este momento del relato: “ya despierto, tuve
la sensación de que por la noche, profundamente dormido, había logrado escribir esa
gran obra que en la vigilia me es completamente inalcanzable.” El sueño de la
imposibilidad de la obra maestra resumido en cinco páginas. Entre tanto el narrador
consigue crear una atmósfera poblada de mujeres bellas, chamanes, médicos en un
rincón perdido de la sierra del norte peruano. Otro de los componentes de este conjunto
marcado por la misma preocupación creadora es el cuento denominado Descargo. Desde
las primeras líneas escuchamos esta confesión: “Soy de esos autores que después de
escribir una única novela, se sumergen en la más absoluta improductividad.” Se trata de
un escritor peruano, para mayores datos residente en Trouville, Francia, en estado de
sequía y que se escuda en la interpretación musical para disfrazar su situación. El caso
de otro escritor truncado aparece en Melitón: Werner Cevallos, también peruano,
jubilado de la Universidad de Lyon, regresa a su patria, a Trujillo, para instalarse
definitivamente. Regresa con un cúmulo de inéditos. El debate gira en torno a una novela
inédita, el enigma de un hombre enjuto que confunde la teoría con la realidad, la
especulación con la acción práctica. Y allí el descubrimiento de esta perla: “En la realidad
y no en la ficción, el lenguaje se usaba fundamentalmente para mentir.” En realidad el
relato plantea el eterno dilema existente entre el crítico literario y el autor. El problema
del escritor polígrafo sin editor y que a pesar de todo sigue escribiendo sin saber lo que
ha ido acumulando a lo largo de su vida. Estamos pues ante un mundo de escritores
frustrados. De hombre cobardes. De mutantes y asesores hinchados de vanidad, todos
ubicados en un espacio y en tiempo preciso. Y entre ellos, el revelador Leviatán, es el
cabo, el nudo, que enlaza la tragicomedia de El cese con el universo mediocre en el que
pululan los personajes de El conciliador. Pero el monstruo con el que en esta
oportunidad se enfrenta, no es un ser difuso. Tiene nombre y características propias.
Nos dice que Leviatán vive en realidad en cada uno de nosotros, en nuestros arrebatos,
en nuestras frustraciones. Se nutre en nuestro propios consentimientos.
Todos los elementos psicológicos presentes tanto en El cese como en El conciliador
vuelven a emerger en El mendigo y su sombra, con otros matices, en otro entramado y en
nuevos segmentos de vida, todos ellos observables en las dobleces del terapeuta, en el
problema de la posibilidad e imposibilidad de la escritura al tiempo que pone al
descubierto las raíces de nuestra tragedia nacional. También aquí estamos ante un ser
cómico a pesar suyo en medio de sus dudas, mortificaciones, sospechas, obsesiones; un
ser trágico y atormentado por el anhelo de conjugar las aspiraciones individuales con las
aspiraciones sociales, por la idea de que en el Perú el recurso natural es abundante y que
lo que fallan son los recursos psíquicos. En los pliegues de su reflexión el paciente
rechazado parece decirnos que el recurso natural sólo podrá ser apropiado
subjetivamente y transformado de forma útil, si el recurso humano puede actuar en
consecuencia. Pero ese recurso, desde su óptica, está dominado por lo psíquico, y el
psiquismo condiciona el comportamiento racional y práctico de la mayoría. En la
metáfora “El Perú es un mendigo sentado sobre un banco de oro”, dicho individuo no se
apropia del oro y no lo utiliza para su beneficio; no puede “dejar la condición de
pedigüeño a pesar que debajo de sus sentaderas tiene oro puro”. En su obsesión
analítica, el paciente rechazado se ha percatado que, curiosamente, el mendigo no es
ciego ni demente, pero aún así no advierte el preciado material del banco donde está
sentado. Esta situación le permite suponer de que actúa sobre el hombre sentado en el
banco de oro una prohibición, algo intangible que impide echar mano del oro y
aprovecharlo. Esa prohibición puede referirse a la existencia de un conjunto de síntomas
que inmovilizan y además causan deformaciones en los contactos con la realidad de los
que la padecen.
La metáfora así planteada sugiere que se trataría de una enfermedad que él mismo
paciente rechazado padece. Por eso él ha recurrido a un psicoanalista en pos de
respuestas y alivio y éste lo ha rechazado porque le trae (el aspirante a paciente) un
problema que no está considerado como tal por los instrumentos teóricos y clínicos que
el terapeuta conoce y utiliza. El paciente insiste en que sus sufrimientos espirituales y su
malestar tienen implicancia con el contexto social y la historia de su país y el
psicoanalista no considera oportuno ni conveniente hablar sobre el Perú en el espacio
terapéutico, porque entretenerse en esos temas es una forma de “evitación”, piensa, y
desvía el diálogo terapéutico dejando de lado aquello que considera importante y más
ligado a la situación personal y familiar del paciente. Así el psicoanalista se niega a
considerar que quizás la insanía individual pueda haberse anidado en el seno de una
cultura nacional que tiene componentes patológicos en su constitución y que puede
afectar a sus portadores.
El paciente negado es un alto funcionario que trabaja para un organismo
internacional. Y desde Trujillo, nos cuenta con una memoria de archivista sus problemas
relacionales con su psicoanalista doce años después de lo ocurrido. La ciudad donde
reside es descrita y pintada con precisión y eso contrasta de manera notable con los
paisajes difusos de la ciudad donde padeció la mala relación con su terapeuta. La historia
del paciente rechazado avanza hasta revelarnos la solución final del problema de la
escritura, un “regalo” de aquel que él había calificado más de una vez como una persona
que se había negado a prestarle ayuda. Llena de una alta dosis de humor frío, seco, la
novela termina convirtiéndose en un libro imprescindible para esclarecer el horizonte
de tantos personajes subyugados por sus ilusiones y la confrontación con la realidad.
Como decía Lawrence Durrell a propósito de El cuarteto de Alejandría: “Todos los
personajes de esta historia, así como la personalidad del narrador, pertenecen al terreno
de la ficción.” Solo la enfermedad es real.
París, diciembre del 2021.
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