LA INTIMIDAD AL AIRE: ACERCA DE ‘LO PÚBLICO’ Y ‘LO PRIVADO’

febrero 11, 2010 a las 3:22 am | Publicado en Comentarios diversos, Comunicación y Cultura, Documentos | 3 comentarios

Vidas que no tienen secretos para una importante  masa de consumidores que no sabemos si ávidos o,  simplemente, indiferentes  y aburridos, siguen sus incidencias más truculentas; periodistas que proclaman satisfacer así el derecho ciudadano a la información; medios que gritan a los cuatro vientos los vicios privados, conforman el panorama de la comunicación no sólo local. Un mundo con la intimidad   al aire – donde los conceptos de lo público y lo privado han desdibujados  sus límites –  hace sugerente indagar acerca de  los orígenes y las consecuencias actuales del fenómeno.

Los conceptos  de lo público y lo privado

En primer lugar, es útil observar el concepto de lo público en su uso corriente. Se trata de un adjetivo que proviene del latín publicus y tiene como primera acepción: “Notorio, patente, manifiesto, visto o sabido por todos”;  encontramos también que es aquello “que pertenece a todo el pueblo” y que “se contrapone a privado”. De otro lado,  se dice del “conjunto de personas reunidas en determinado lugar para asistir a algún espectáculo o con otro fin semejante.” Por extensión, algo que se realice en público connota que es un hecho que se produce “a la vista de todos”.

En cuanto a privado hallamos que es un adjetivo que procede del latín privatus, que define aquello “que se ejecuta a vista de pocos, familiar y domésticamente, sin formalidad ni ceremonia alguna”; también que se trata de un hecho “particular y personal de cada uno”. Mientras, privativamente es aquello “propio y singular, con exclusión de todos los demás”.

Posteriormente, el uso de público y publicidad “denota una variedad de significaciones concurrentes” que provienen de diferentes etapas históricas, hecho que en opinión de Habermas, requiere de mayores precisiones porque genera confusión:

“No sólo el lenguaje cotidiano contribuye a ello, especialmente maculado por la jerga de la burocracia y de los medios de comunicación de masas; también las ciencias, sobre todo la ciencia jurídica, la politología y la sociología son manifiestamente incapaces de sustituir categorías tradicionales como ‘público’ y ‘privado’, ‘publicidad’ y ‘opinión pública’ por conceptos más precisos”[1]

No obstante estos reparos es necesario  vincular  estos conceptos a la actividad informativa tal como la presenta la televisión contemporánea en la medida que ayudan a dilucidar las implicancias de una información “desprovista de valor o relevancia significativa”, de aquellas que sí son “objetivamente importantes” porque “son las informaciones que constituirán una opinión pública sobre problemas públicos, sobre problemas de interés público” (Sartori, 1997: 80). Contemporáneamente son los medios de comunicación los que en definitiva están determinando qué es de interés público y qué no lo es, con el riesgo de la invasión de lo privado por lo público y viceversa. (Vásquez, Aldo, 1999:32).

Evolución de los conceptos de lo público y lo privado

Para explicar el estado actual de las concepciones de lo publico y lo privado debemos tener en cuenta su evolución a través de la historia. Es en Grecia donde hallamos la noción de la polis y, por ende, la diferencia entre uno y otro espacio. La familia era el ámbito de satisfacción de las necesidades básicas, en tanto la sociedad políticamente organizada era el espacio de la ciudadanía y la libertad.

“En la ciudad – estado griega, la esfera de la polis, común al ciudadano libre (koiné), está estrictamente separada de la esfera del oikos, en la que cada uno ha de apropiarse  aisladamente de lo suyo (idia). La vida pública, bios politikos se desenvuelve en el ágora, pero no está localmente delimitada: La publicidad se constituye en la conversación (lexis), que puede tomar la forma de la deliberación y del tribunal, así como en el hacer común (praxis), sea ésta la conducción de la guerra o el juego pugnaz… El orden político descansa en una economía esclavista de forma patrimonial. Los ciudadanos están descargados del trabajo productivo pero la participación en la vida pública depende de su autonomía privada… La esfera privada no está solamente en el nombre ligada a la casa, la riqueza mueble y la disposición sobre la fuerza de trabajo constituyen poder sobre la economía doméstica y sobre la familia, como a la inversa la pobreza y la carencia de esclavos constituyen de por sí un obstáculo para la admisión en la polis.”[2]

Los romanos mantuvieron la distinción entre ambas esferas. La categoría de lo público quedará definida en el Derecho Romano como res publica, base de la noción república, en las acepciones de cuerpo político de una nación y también ‘causa pública’, es decir, del común de la gente.

Observados desde el punto de vista de la comunicación  es fácil constatar que cada ámbito crea una forma específica de intercambio de mensajes, de comunicación. Sobre este punto de los espacios y la forma de comunicación que generan,   el  psicólogo español Pablo Fernández ha tratado el tema. Dice por ejemplo en sugerente  posición que: “Los verdaderos modos de comunicación de masas no pasan de cinco y ninguno de ellos es la televisión, y tampoco ninguno es novedad de nuestro tiempo.”  Interpreta luego:

“El primero es griego y se llama plaza pública que tiene físicamente la forma de la comunicación porque es un lugar plano, amplio, abierto y que produjo, entre otras cosas, la democracia; la democracia es estrictamente un estilo de comunicación.  La comunicación para entender la vida y encontrarle algún sentido que haga que valga la pena vivirla… Alrededor de la plaza pública aparecen las calles, el espacio se va haciendo más privado”[3]

En la  Edad Media, tal como recuerda  Habermas,  una economía y organización del trabajo social basada en el señorío de la tierra “proporciona indicios de que no se dio  una contraposición entre lo público y la esfera privada”. Y esto porque hay ‘superioridades’ y prerrogativas altas y bajas pero “no un status fijado desde el punto de vista del Derecho”.

“El dominio de la tierra (y el señorío basado en él) puede todavía, incluyendo a todos los derechos señoriales sueltos, contemplarse como juridictio; pero no puede acomodarse a la contraposición de disposición privada (dominium)  y autonomía pública (imperium).[4]

Desde el punto de vista de los espacios en los que se produce los actos comunicativos, Fernández reseña:

“Las calles forman un área menos pública dentro del espacio público y la Edad Media se encarga de desarrollarlas… la ciudad medieval tiene el urbanismo del laberinto y la arquitectura de la sorpresa. Las calles se mueven al compás de la gente y si como dice Wittgenstein ‘la arquitectura es un gesto’ el gesto gótico es el más parecido al que utiliza la gente para estar cerca unos de otros.”[5]

La privacidad, noción moderna

La noción de privacidad  es una de las novedades de la  modernidad, coherente con el desarrollo de la idea de  individualidad que ella propone y estimula. Proceso personal pero también político y económico que impacta todos los ámbitos de la vida. Para Pablo Fernández “Hay diversas maneras de empezar a hablar de la Edad Moderna… entre otras cosas se puede decir que empieza con el invento de los libros de contabilidad que a todo le pusieron precio… O también… el día en que se cerraron las puertas de las casas aunque no hiciera frío, porque tras ese portazo se funda un nuevo espacio comunicativo: el espacio privado doméstico, la casa.”[6]

Es interesante recordar cómo la casa, en su versión original,  es una cocina equipada con lechos: la palabra hogar se refiere a ese fuego donde se hace la comida, se calienta el aire. La gente se reúne en la cocina y allí comenta sobre los asuntos de la colectividad, pero lo hace, literalmente, desde la casa. La  casa como espacio comunicativo.

La edad moderna muestra cambios sustantivos en la organización de las  viviendas. Como menciona el psicólogo español: “En el recinto privado de la casa se crea una zona de intercambio público alrededor de la mesa del comedor, para la que se confeccionan formas de expresión especiales, arreglos, juegos de mesa, vajillas; se escriben tratados de modales y costumbres, etc.”

Se trata de un fenómeno que  se manifiesta en los diversos estratos sociales:

“Si hay ricos y pobres también hay casas completas como los palacios y casas mínimas… En las primeras los salones, donde se celebran reuniones cortesanas, se realizan obras de teatro, conciertos de música, fiestas de bufones y cirqueros. (Traer el mundo a la casa).  En las casas mínimas las reuniones se celebran en el espacio de la cocina sala comedor y el intercambio implica un espacio comunicativo semipúblico.”[7]

Durante los siglos XVI y XVII, la vida moderna, en la que va perfilándose la autonomía de los sujetos en una nueva relación con el poder, hace necesario el surgimiento de nuevos espacios. La modernidad permitió la interacción de lo público y lo privado. En el plano privado empezó a ser importante la satisfacción de nuevas necesidades básicas, al mismo tiempo que lo público empezó a ser de interés de las familias. Ello sucedía en circunstancias que emergía en la sociedad un espacio de organización intermedio, ni público ni privado.

Fenómeno  fundamental del paso a una sociedad moderna es el hecho que las actividades productivas se van a desarrollar de manera prioritaria en talleres y luego en fábricas  lo que hace necesario que los trabajadores habiten cerca, modificándose el mapa demográfico con el crecimiento rápido de las ciudades.

Acompañando este proceso y como fruto inmediato de esta situación tenemos que ubicar el desarrollo de la prensa. Aunque su origen es remoto, es a partir de la invención de la prensa de tipos móviles por Johann Gutemberg, en 1445, que la actividad periodística se convertirá en el primer fenómeno de comunicación con importancia social. Y cuando la Revolución Industrial la favoreció directamente con la invención de la rotativa a vapor –que hizo posible mejorar la calidad de la impresión y aumentar notablemente los tirajes- quedaron listas las condiciones sociales necesarias para el establecimiento de una sociedad de masas.  La industrialización y su efecto de concentración demográfica, demanda de trabajadores urbanos alfabetizados, y posteriormente, establecimiento de una nueva noción  de “tiempo útil” o jornada laboral y “tiempo libre”.

Volviendo a nuestro tema, reiteramos que en la evolución de los conceptos de lo público y lo privado la ciudad  cumple un papel determinante. La ciudad es lugar de convergencia de lo diverso, donde se multiplican las ocasiones de los  encuentros. Y como espacio propicio de un nuevo tipo de comunicación se  hallan  los cafés. Así,  Italia, en 1645; Inglaterra, en 1652; Francia, en 1672 y Alemania, en 1721, verán aparecer este nuevo espacio de comunicación.[8]

El café brinda una forma diferente de relacionarse: Ya no se trata sólo de la casa,  ni de la  calle. La  importancia del café como espacio de comunicación es invalorable. Serán sobre todo los cafés, más tarde bares, restaurantes  los lugares en los que la gente se cita y se reúne para conversar. Los cafés florecen en Europa y luego en Améric. Para principios del siglo XVIII, solamente en Londres había más de tres mil. Es un espacio diferente al de la calle, la ciudad se ha vuelto más grande y entre los negocios y las migraciones está ahora  demasiado poblada de desconocidos y extraños por lo que dificulta una conversación más allá de las fórmulas de saludo y trabajo.

“La conversación que se suscita en los cafés se basa en una conversación libre y animada sobre temas de interés común, y tocan por fuerza cuestiones políticas del gobierno y la ciudad. Hablar de política es siempre controvertido, y de hecho en los cafés se inaugura el debate, la polémica, la discusión, como modo específico de comunicación, donde fluyen las ideas, ocurrencias, críticas, utopías, proyectos. Lo que se pone en el centro del debate es en rigor la cuestión de la sociedad civil, y ya por eso, es en los cafés donde habita la sociedad civil.”[9]

Muchos de los acontecimientos políticos se juegan  en los cafés como lo demuestra el que hecho de que los periódicos surgen no sólo en ese momento sino concretamente en esos espacios. En 1729 los cafés ostentan el monopolio de los periódicos. La gente se reúne para comentar las noticias, discutirlas, decidirlas y en su caso contestarlas por medio de cartas a la redacción.

Los gobernantes ven en los cafés lugares de agitación política y esto no es gratuito. Instalados como centros de discusión de asuntos públicos los grupos que se reunían en ellos se ponían nombres como ‘penny universities’ o ‘pequeño senado’. Son lugares de formación de opinión pública como espíritu válido de la sociedad civil. (Fernández: 165).

Como se puede observar,  la acción de la prensa en aquel momento, hizo posible una vinculación más estrecha  entre lo público y lo privado. Habría que recordar también  que al  recibir los beneficios de la rotativa, y poder así producirse grandes tiradas, los periódicos se convierten en producto masivo que busca mercado y lo encuentra entre diversos sectores que  tendrán, de otro lado, necesidades de entretenimiento para cubrir ese otro ‘invento’ de la modernidad cual es la noción de tiempo libre.  Desde entonces la esfera pública pasó inevitablemente por la actuación de la prensa.

Del mismo modo, la prensa al convertirse en un bien de consumo masivo empezó a regirse con las leyes del mercado. De una prensa de ideas o manifestación de una corriente de opinión,  se pasa a una actividad fuertemente empresarial. El papel de los redactores al interior de los periódicos también cambia. Del entusiasta propagador de un conjunto de ideas más o menos compartidas se convertirá en el trabajador asalariado  dependiente de un propietario, director, etc., es decir, empleado de una empresa que busca el lucro.

A mediados del siglo XIX se tiene ya periódicos de gran tiraje, propiedad de conglomerados empresariales. Los sistemas de producción de los mensajes y de impresión han experimentado el aporte del desarrollo técnico tanto con las nuevas rotativas que abaratan los costos al multiplicar el número de ejemplares, que cuentan con los beneficios de la estereotipia y el desarrollo de las vías de comunicación tales como carreteras y el tendido de líneas férreas. A fines del siglo XIX  e inicios del XX nos encontramos con una sociedad crecientemente urbana, alfabetizada, consumidora de  medios de comunicación: la prensa, el cine  y luego la radio. Público masivo que recibe mensajes producidos por un número marcadamente pequeño de emisores y donde se percibe ya con fuerza el carácter fundamental  de la actividad publicitaria de productos.

“La inundación de las publicaciones con panfletos publicitarios no puede explicarse por la mera liberalización de tráfico del mercado, aun si los anuncios comerciales al viejo estilo aparecieron al mismo tiempo que ella. Las exigencias incomparablemente mayores de un marketing científicamente orientado sólo se hicieron necesarias con las restricciones oligopólicas del mercado. Sobre todo en la gran empresa industrial, se produce un conflicto entre el optimun técnico y el financiero… En la medida que los agregados técnicos se adaptan a la producción en masa, el proceso productivo pierde elasticidad. Por eso necesita de una estrategia de ventas a largo plazo que garantice en lo posible la estabilidad de los mercados y de las participaciones en ellos.”[10]

La actividad de comunicación social  en su conjunto empezará a verse fuertemente condicionada por los criterios mercantiles. En ese sentido los límites entre la privacidad y la difusión pública se atenúan. La importancia que gana  la publicidad comercial en los medios destinados al gran público será un hecho decisivo que condicionará fuertemente las características del mensaje. Este deberá ser cada vez más llamativo, capturar la atención del cliente. No se trata sólo de intereses comerciales sino de la impregnación de toda la cultura con un estilo de reclamo de la atención del público. En estas circunstancias los conceptos de lo público  y lo privado empiezan a ver diluirse sus fronteras.

Sin embargo, es también cierto que en la medida que las sociedad conquistan más elevados niveles de conciencia cívica  crece también la conciencia de la necesidad de proteger el ámbito de lo privado. A mediados del siglo XX, la Declaración Universal de los Derechos Humanos, proclamada por las Naciones Unidas, el 10 de diciembre de 1948,  consagra: “Nadie será objeto de injerencias arbitrarias en su vida privada, su familia, su domicilio o su correspondencia, ni de ataques a su honra o su reputación. Toda persona tiene derecho a la protección de la ley contra tales injerencias o ataques.”[11]

A diferencia de la función informativa y  doctrinaria con la que nace la prensa moderna, en el siglo XIX la encontramos notoriamente centrada en su nueva función: el entretenimiento. La espectacularidad, la apelación a las sensaciones y la emotividad adquieren el lugar predominante en los mensajes periodísticos y con ello la presentación  de la vida en sus aspectos más privados.

Posteriormente, con el desarrollo del cine, luego la radio y más adelante la televisión en el  XX hasta nuestros días, la multiplicidad de formas de comunicación masiva tanto impresa como audiovisual, no harán más que intensificar un fenómeno que ha derivado en la comunicación imagocéntrica tal como los conocemos en la actualidad. Para capturar la atención de un vasto público el medio menos imaginativo y, al parecer, más rentable  viene siendo la exposición de la privacidad, fundamentalmente cuando en ella se percibe trasgresiones de los valores formalmente aceptados.

La televisión como espacio de lo público y lo privado

Si bien en todos los medios de comunicación podemos hallar la debilidad de las fronteras entre lo público y lo privado es sin embargo la televisión donde esta exposición logra su clímax.

Ya se trate para elogiar su valor que hace posible estar conectados con el mundo sin salir de casa y hacernos presenciar los hechos sin correr riesgos, o para denostar de ella  por la pasividad a la que habitúa y a la violencia que enseña, lo cierto es que la televisión es uno de los fenómenos de mayor influencia en el mundo actual. “ ¿Qué es fundamentalmente la televisión? Imágenes y vínculo social. El entretenimiento y el espectáculo remiten a la imagen, es decir, a la dimensión técnica. El vínculo social remite a la comunicación, es decir, a la dimensión social.” Esta es la forma en la que  Wolton (1995) define la televisión.

La combinación de estas dimensiones ha llevado a algunos a plantear sus serias preocupaciones por los cambios culturales que el desarrollo y la primacía de este medio de comunicación. Transcurridas varias décadas de su aparición y formidable expansión  la televisión ha sido objeto de múltiples estudios y ha suscitado también muchas sospechas. Como señala Wolton:

“… la televisión, a causa de su misma condición, suscita fantasías de poder vinculadas con el hecho de que todo el mundo recibe las mismas imágenes. La complejidad de la televisión, inherente a su condición de medio de comunicación de masas se fortaleció gracias a su inmenso éxito popular, que acentuó los temores existentes respecto de la televisión, temores que los trabajos empíricos no lograron disminuir. A las fantasías vehiculizadas por el discurso común y a la desconfianza de los políticos se vino a sumar el discurso en alto grado crítico de los intelectuales. Estos vieron en la televisión un instrumento de la estandarización y la homogeneización  culturales, del aislamiento de los ciudadanos  en un consumo solitario y pasivo y el triunfo de las industrias culturales.”[12]

En esta reflexión acerca de la televisión como espacio de lo público y lo privado un punto determinante es establecer qué es lo que puede entenderse como información y a qué necesidades atiende específicamente el medio televisivo. Al respecto,  Wolton tiene una sugerente opinión según la cual los televidentes, a diferencia de los consumidores de la radio o de los periódicos tendrían necesidades de distinto tipo. Por eso distingue información, de conocimiento “Se sabe, pero eso no significa que se quiera conocer”, afirma el autor al calificar a la sociedad como“sobreinformada”. Y advierte  que existen “fases enteras de realidad que sufren de sobreinformación y otras de subinformación” Sin embargo, “A diferencia de lo que ingenuamente se piensa, el deseo de saber no siempre es el valor dominante. El problema no es entonces el de la ‘información’ sino el del deseo de saber.”[13]

Al analizar  las características con las que se produce la información de la realidad, cuando el soporte es la televisión,  Mariano Cebrián Herreros (1998) tiene interesantes definiciones. En primer lugar, ubica la información  como un elemento integrante de  un contenido dado en el proceso de la comunicación. Y, en la producción de la información, reconoce los condicionamientos que el informador introduce en su producto:

“La realidad se presenta  con unos signos perceptibles sensorialmente. Requiere de una lectura que interrelacione los diversos sistemas significantes que aparecen en torno al suceso. Sólo después de este paso se podrá elaborar una versión de lo ocurrido, o mejor dicho, de lo que el informador ha leído de la realidad… Hace su interpretación y posteriormente la cuenta.”[14]

Es importante mencionar  sus apreciaciones en torno a las mediaciones que caracteriza a la producción de la información para la televisión. Se trata de todo aquello que condiciona la labor de los profesionales que deben trabajar la información, específicamente información televisiva. Se distingue aquí los condicionantes endógenos  entre los que se hallan la edad, el sexo, educación, clase social, vinculaciones o preferencias políticas y religiosas, situación económica, entorno cultural. Otros condicionantes son externos como son su situación laboral o profesional, sus formas de trabajo, su posición dentro de la empresa, sus honorarios, además de todo el sistema social e ideológico y deontológico en el que cumple sus labores. A todo ello se debería agregar la presión que la forma de organizar la agenda informativa y que conduce a una competencia que impele a ganar la atención de un público cada día más asediado con temas y tratamientos de ‘impacto’.

Este tema es de primera importancia. El periodista acude a cubrir toda información desde el temor. Su primer temor consiste en dejar de cubrir lo que otros puedan estar informando. Están condicionados a copiarse unos a otros. Su segundo gran  el temor se refiere a aburrir. Toda elaboración de pensamiento le parecerá un peligro de aburrimiento. Si no divertida, por  lo menos su información debe ser fuertemente impactante para – según los ‘cánones’- ser interesante. Así la producción de la  información se concibe en términos de ‘lo único’, la primicia, la originalidad a toda prueba. Lo cual es un contrasentido puesto que reproduce lo que otros periodistas ya están haciendo. Unos y otros se ven en la  necesidad de dramatizar con el recurso más frecuente que es la indagación en lo más privado de los sujetos convertidos en ‘personajes’ de la ficción teatralizada en la que la información televisiva se ha convertido. En otra oportunidad hablaremos de la precaria situación laboral de los comunicadores. Tema no solo personal o gremial sino de innegable incidencia social.

Espectacularidad como ‘necesidad’ televisiva

¿Por qué se produce esta necesidad constante de espectacularidad?  Demos nuevamente una mirada a la historia. A fines del siglo XIX, en 1895, se produce un hecho que sería luego central a lo largo del siglo XX: Se realiza la primera proyección pública de la imagen en movimiento. Nace el cine  y con él una nueva manera de ver el mundo, una manera que revolucionará el intercambio de mensajes entre los seres humanos. Hay que señalar que la fotografía había ido perfeccionándose también durante  la segunda mitad del XIX. Los dos inventos constituyen las bases de una sociedad que tiene a la imagen como centro, por lo que a inicios del XXI hablamos de una sociedad imagocéntrica.

El cine se funda en el principio de la persistencia de las imágenes luminosas en la retina y mediante la proyección de sucesivas imágenes permite la ilusión del movimiento. Las consecuencias culturales se produjeren casi inmediatamente. Antes de la televisión, el cine se constituyó en el espectáculo popular por excelencia en los centros urbanos. Los posteriores aportes del sonido y el color no hicieron más que intensificar sus efectos. Por el cine los actores y actrices se convierten en paradigmas a seguir por los más diversos públicos. El cine hace visibles las ficciones, la imagen en movimiento las hace aparecer más reales y, a diferencia del teatro, hace más difícil el distanciamiento entre el receptor y el mensaje. Nace un nuevo arte con grandes creadores y que, innegablemente,  influenció en otras manifestaciones de representación artística (la narrativa literaria, por ejemplo).

Al aparecer y desarrolarse  la televisión confluyen en ella casi todas las características de los anteriores medios de comunicación  potenciados por el enorme poder de la imagen. Cuenta además con la ventaja de encontrarse en el centro de los hogares. Se convierte casi en un miembro de la familia. De hecho, el más locuaz e inapelable.

En el ámbito social y político, el accionar de la televisión produce y reproduce, en su relación con el televidente, un nuevo espacio de reconocimiento de ‘lo público’.  La televisión es un lugar social : ni publico, ni privado, sino los dos espacios al mismo tiempo. Este  espacio público ofrece distintas formas para simular la participación del ciudadano en los asuntos públicos, un espacio en el cual todo se muestra de manera inmediata y “en directo”.  En este espacio de comunicación conductores de programas y telespectadores se vuelven cómplices de una misma ilusión, de un mismo simulacro, que reafirma una improbable “vigilancia pública” sobre los poderes políticos y las instituciones sociales. Función que se atribuyen los conductores  de televisión, los entrevistadores, animadores de los talk y reality show ,  y hasta los cómicos. Todos ellos convertidos en  “personajes públicos”.

El recurso de la transmisión en vivo crea la ilusión de la inmediatez que muchas veces se confunde con la veracidad. Las cámaras de televisión pueden interpelar a la vedette  o al deportista sorprendidos in fraganti en alguna trasgresión, pero  también a los dirigentes políticos a quienes imponen sus reglas de juego y estos se ven obligados muchas veces a cambiar su estilo de exposición de ideas, sus argumentos y hasta su apariencia personal como condición de “existir” televisivamente. Condición para «existir» en el espacio público.

 La presentación espectacular de lo privado convertido en público demandará, de otro lado y casi  siempre, que exista confrontación. Por ello no es casual que todo intercambio tenga la forma de una denuncia cuando más escandalosa más “televisiva”. Denuncias  a las que, por otro lado, pocas veces se les hará seguimiento porque la televisión obliga a cambios permanentes, debido a la naturaleza vertiginosa de su mensaje efímero. En consecuencia, más que la búsqueda de la verdad, lo que interesa es la producción de  un determinado efecto, obviamente, acorde a las necesidades o intereses del grupo empresarial de comunicaciones o al sector político que sustenta al medio.

Como puede verse, el fenómeno tiene antiguas  y complejas causas. En el caso específico del Perú, la notoria aceptación – con visos de adicción – de este estilo de representación de la realidad, es más intensa que en otras  naciones de la región y esto podría deberse a la prolongada crisis de otras formas de representación de los asuntos públicos. Una guerra interna que golpeó duramente a la sociedad en su conjunto e inoculó fuerte dosis de violencia cotidiana y una dictadura abiertamente corruptora, crearon las condiciones para convertir a los medios de comunicación   en lugares donde se expone con particular escándalo los asuntos que atañen a todos los ciudadanos. Una insistencia en presentar como de interés público hechos que corresponden a la esfera íntima de los personajes, mientras diversos e importantes  ámbitos de la vida nacional permanecen sin atención. 

Situación que se da aparejada con insuficientes grados de ciudadanía; persistencia de bajísimos niveles de instrucción y educación y  pobreza material de vastos sectores  que impide que se avizoren otras alternativas de recreación.


[1] Habermas, Jurgen. Historia y crítica de la opinión pública. Barcelona/ México: Gustavo Gili, S.A. 1994, p. 41 

[2] Habermas, Op. Cit., p.  43

[3] Fernández Christlieb, Pablo. “El emplazamiento de la memoria colectiva: Crónica psicosocial” En  Revista de Psicología Social N° 6, 2. Madrid: Universidad Autónoma de Madrid, 1991, p. 162

[4] Habermas, p. 45

[5] Fernández. Ibídem.

[6] Fernández, Ibíd..

[7] Fernández, p. 165

[8] El origen del café es confuso y existen muchas leyendas acerca del mismo. Parece ser que el café es originario de Persia o de Etiopía. Cuenta la leyenda que un cabrero etíope se dio cuenta de que sus animales se ponían muy eufóricos después de masticar ciertas bayas abundantes en su campo. La llegada del café a Europa y América no está suficientemente determinada, sin embargo, sí se conoce que durante muchos años la exportación de plantas de café fuera de las naciones musulmanas estuvo prohibida. Tal era el celo con el que se guardaba esta deliciosa bebida. Algunos cristianos creían que el café era una bebida diabólica. Sin embargo, el Papa Vicente III decidió probarlo antes de prohibirlo y le gustó tanto que exclamó: «El café es tan delicioso que es una lástima dejárselo exclusivamente a los infieles». El cafeto y café no eran conocidos en Europa antes de 1450. En esa fecha se bebía  café en Adén, llegando a La Meca a finales de ese siglo. En 1510 ya se encuentra en El Cairo, en 1555 en Estambul y así va avanzando en el Mundo Islámico entre períodos de prohibición y tolerancia.

[9] Fernández. Ibídem.

[10] Habermas. Op. cit., pp.  216 – 217

[11] Artículo 12 de la Declaración de los Derechos Humanos. En: Serra Callejo, Javier.  Legislación sobre el honor, la intimidad y la propia imagen. Madrid: Tecnos, 1988, p. 63.

[12] Wolton, Dominique. Elogio del gran público. Una teoría crítica de la televisión. Barcelona: Gedisa, 1995, p. 21

[13] Wolton, p. 44

[14] Cebrián H. Mariano. Información televisiva. Madrid: Editorial Síntesis, 1998, p. 39

En caso de usar la información se ruega citar la fuente

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3 comentarios »

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  1. hey que gran articulo justamente estoy buscando información sobre privacidad para una exposición sobre privacidad en la red, muy seguramente utilice algo de la definición que das sobre privacidad, gracias por el articulo, te estaré informando sobre la publicación que haga (obviamente con su respectiva citación), muchas gracias!

    • Qué bueno que te sirva. Exito en tu exposición. El tema es fascinante en este mundo donde todo «debe verse», todo «debe exhirse». Y el imperativo es ir con todo al aire.

  2. !Te felicito por este gran artículo, me ha sido de mucha ayuda! Por supuesto, serás citada en mi pequeño trabajo universitario. Gracias!


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