LIMA (DE MEDIADOS DE SIGLO XX) Y SUS HABITANTES, EN TRES CUENTOS DE JULIO RAMÓN RIBEYRO.
enero 15, 2007 a las 6:22 am | Publicado en Artículos sobre Literatura, Comentarios diversos, Comunicación y Cultura, Creación | Deja un comentarioLos acercamientos a la narrativa de Julio Ramón Ribeyro concluyen frecuentemente con el elogio de su capacidad de comunicar fenómenos sociales desde una visión marcadamente individual. En las líneas que siguen, y a propósito del Día de Lima, creo útil la relectura de tres cuentos en los que el mundo representado se sitúa en la capital peruana, a mediados de los años cincuenta, en los que es posible percibir los efectos de la modernización incompleta de las sociedades tradicionales en el comportamiento individual. La ciudad no es sólo una realidad territorial sino primordialmente un espacio cultural e imaginado por eso es importante observar la forma como las representaciones la han ido conformando.
“Dirección equivocada”, 1957, “Una aventura nocturna”, 1958 y “De color modesto”, 1961, fueron escritos en momentos en que se consolidaba la narrativa urbana peruana y publicados, en 1964, en Las botellas y los hombres. En ellos se evidencia la renovación experimentada por la narrativa a partir del segundo lustro de los años cuarenta, momento en el que se empieza a manifestar literariamente, de un lado, las circunstancias propias del crecimiento urbano con la complejidad que esto trae a la vida social y cotidiana, y de otro, la experiencia de escritores en frecuente contacto con obras y autores europeos y norteamericanos. La historia y la trama en cada uno de los cuentos:
En “Dirección equivocada” Ramón, empleado de un despacho de abogados, se desplaza desde su oficina en el centro de Lima al distrito de Lince a fin de ubicar a un “deudor contumaz”, a quien se le iniciará un juicio para el correspondiente embargo. Cuando parece que ha fracasado en su intento, un niño le da la clave para llegar a la dirección buscada. Una vez ahí, ante el rostro de la mujer del deudor, un sentimiento inexplicado lo impulsa a mentir sobre el propósito de su visita. Al retirarse coloca en el expediente la frase que da título al relato. Con ello libra a la familia del embargo. La trama en “Dirección equivocada” es muy sencilla y difiere muy poco del orden de la historia. En ella, sin embargo, es posible reconocer tres instancias. La primera, desde la salida de Ramón de la oficina, sus cavilaciones en torno al cambio que va experimentando la ciudad, la demolición de las viejas casas, mientras “se levantaban altivos edificios impersonales, iguales a los que había en cien ciudades del mundo.” Reflexiones “que no tienen nada que ver con el oficio de Ramón” dice el narrador, evidenciando muy pronto la falta de identificación del protagonista con su tarea. Esta primera parte termina cuando Ramón llega al distrito limeño de Lince “y se sintió deprimido”, como siempre que visita esos nuevos barrios, en los que se siente ajeno. En la segunda parte, Ramón interroga a varios vecinos del lugar y ante sus negativas piensa en una vasta conspiración para ocultar al moroso. Finalmente, un niño, hijo del deudor, inocentemente lo conduce hasta su hogar, y mientras lo hace, le va brindando una serie de informaciones decisivas para el desenvolvimiento del cuento. Aquí es importante la irrupción del azar y el hecho que sea un niño el único que dice la verdad que había sido negada por los adultos. La parte final narra la llegada de Ramón ante la puerta del deudor, sin embargo, “mientras esperaba recordó las recomendaciones de su jefe: nada de amenazas, cortesía señorial… Todo esto para no intimidar al deudor, regresar con la dirección exacta y poder iniciar el juicio y el embargo.” Ante el llamado una mujer abre una pequeña ventana que enmarca su rostro. El encuentro con la mirada angustiada de la mujer turba al protagonista y miente diciendo que es un vendedor de radios. La mujer cierra violentamente la ventana. Ramón se retira del lugar y decide librarlos de la deuda al escribir en el expediente: “Dirección equivocada.” Al final, justifica su acción y se dice a sí mismo que “no procedía así por justicia, ni siquiera por esa virtud sospechosa que se llama caridad, sino simplemente porque aquella mujer era un poco bonita.”
En “Una aventura nocturna”, Arístides, un solterón solitario, “una noche, desertando de sus lugares preferidos, se echó a caminar sin rumbo por las calles de Miraflores”.Al pasar delante de un café, la visión de una mujer lo anima a ingresar y entablar una conversación. Arístides cree percibir insinuaciones de mayor intimidad. Al final de un grotesco aprovechamiento de parte de la mujer, Arístides se ve burlado. La mujer cierra la puerta cuando él se disponía a ingresar. La trama de este cuento se inicia con la presentación del personaje Arístides. Destaca aquí la caracterización basada en atributos sociales y económicos, unidos a unos cuantos rasgos de descripción: “A los cuarenta años, Arístides podía considerarse con toda razón como un hombre ‘excluido del festín de la vida’. No tenía esposa ni querida, trabajaba en los sótanos del municipio anotando partidas del Registro Civil y vivía en un departamento minúsculo de la avenida Larco, lleno de ropa sucia, muebles averiados y de fotografías de artistas prendidas a la pared con alfileres”.. Significativa es la forma cómo se percibe frente a los otros, sus “viejos amigos ahora casados y prósperos”, que lo evitan o le hacen sentir “cierta dosis de repugnancia” cuando se ven obligados a saludarlo. En la segunda parte, el protagonista se desplaza a un territorio que no es el habitual. Aquí destaca las referencias a las calles del distrito limeño de Miraflores. En una “urbanización desconocida, donde comenzaban a levantarse los primeros edificios de departamentos del balneario”, encuentra un café “cuya enorme terraza llena de mesitas” se hallaba desierta. El protagonista experimenta un conjunto de sentimientos al observar a una “mujer gorda, con pieles, que fumaba un cigarrillo y leía distraídamente un periódico”, y venciendo su timidez se anima a entrar al percibir que la mujer lo mira “con una expresión de moderada complacencia”. En lo que podría llamarse una tercera parte, encontramos a Arístides ocupando una mesa “observando una mosca desalada que se arrastraba con pena hacia el abismo”, imagen cuya clave sólo al final se nos revelará. Se entabla un diálogo con la mujer e incluso bailan un par de piezas. Arístides es feliz “hubiera pagado su consumo para salir a la carrera, coger al primer transeúnte y contarle esa maravillosa historia”. El tiempo narrado es de poco más de una hora al cabo de la cual la mujer anuncia que se retira a dormir, “Me quedo- dijo Arístides, con un tono imperioso, que lo sorprendió”. A lo que la mujer, sin mayor convicción asiente pero le impone una tarea. Lo que viene luego es el relato de Arístides guardando gran cantidad de mesas “que eran de hierro y pesaban como caballos”, mientras la mujer “lo miraba trabajar con expresión amorosa”. Al final, ésta le pide que guarde un gran macetero que se encontraba tras la mampara, cuando Arístides se acerca a la puerta, la mujer con expresión burlona la cierra. El protagonista queda con: “la sensación de una vergüenza atroz, como si un perro lo hubiera orinado”.
En “De color modesto”, Alfredo, un joven pintor, llega a una fiesta acompañando a su hermana y desde el primer momento intenta, mediante la bebida, darse valor para enfrentar un mundo del que es ajeno. Pese a sus intentos por integrarse a los grupos, se ve cada vez más excluido, entonces ingresa a la cocina e invita a bailar a una joven negra. Descubiertos, son arrojados de la casa. Una vez en la calle, una patrulla policial los acusa de estar cometiendo “un delito contra las buenas costumbres”. Castigado a pasear por el Parque Salazar de “inclemente iluminación”, el coraje mostrado momentos antes en los que, incluso, dijo ser novio de la negra, se desvanece. Alfredo miente a la joven y la abandona. La trama se inicia señalando que “Lo primero que hizo Alfredo al entrar en la fiesta fue ir directamente al bar. Esta frase remarca la timidez del protagonista. La primera parte del cuento presenta los esfuerzos del personaje por integrarse a la fiesta y los sucesivos rechazos mediante los cuales se ve las características de los otros, sus prejuicios sociales y económicos. A medida que se va sintiendo cada vez más al margen de la situación, Alfredo se embriaga. En una segunda instancia lo vemos decidido a bailar luego de haber exhibido “descaradamente el espectáculo de su soledad”; ingresa a la cocina e invitar a bailar a una joven negra quien, luego de algunas dudas, acepta. Más adelante, en actitud provocadora, Alfredo la conduce a un jardín donde son descubiertos por los invitados. El dueño de casa los arroja. En la tercera parte, insiste en la actitud desafiante al pasear con la joven negra; al llegar al malecón, Alfredo va contento “con la seguridad del hombre que reconduce a su hembra”. Es ahí donde se produce el encuentro con la policía, detenidos y acusados de “delito contra las buenas costumbres”. Los policías se refieren a la joven eufemísticamente como “de color modesto”. Alfredo alega, ante la incredulidad de los policías, que la negra es su novia. La sanción que les imponen es pasear por el Parque Salazar de Miraflores donde estarán expuestos a las miradas de los paseantes. Alfredo, a quien la borrachera ya se le ha esfumado, “Vio las primeras caras de las lindas muchachas miraflorinas, las chompas elegantes de los apuestos muchachos, los carros de las tías, todo ese mundo despreocupado, bullanguero, triunfante, irresponsable y despótico calificador. Y como si se internara en un mar embravecido, todo su coraje se desvaneció de golpe.” El temor al qué dirán vence al protagonista y abandona a la negra en el malecón con la excusa de que irá a comprar cigarros, ella no le cree y se aleja “cabizbaja, acariciando con su mano el borde áspero del parapeto”.
Una postura frente a la modernización incompleta
La representación de la ciudad en estos cuentos compromete una postura frente a la modernización incipiente. En primer lugar, los personajes son individuos vulnerables, contrarían el discurso de la modernidad y su promesa de identidad. Ramón, de “Dirección equivocada”, es un cobrador en tímida oposición a las reglas de juego que el entorno espera de él: agresividad, sagacidad para las negociaciones, aplicación de la razón instrumental, voluntad ganadora, etc. Arístides, de “Una aventura nocturna”, es un excluido del sistema que privilegia el éxito basado en la posesión de bienes. Alfredo, protagonista en “De color modesto”, artista sin éxito, teniendo la posibilidad, por etnia y clase, de gozar de una situación de privilegio es excluido por razones económicas. Cuando tímidamente intenta desafiar las normas enarbolando los valores de igualdad, fraternidad, libertad, etc., no sabe ser consecuente en la práctica. Cede al peso de lo establecido. Los elementos narrativos exponen una postura crítica a los defectos de la modernidad incumplida, que condiciona la estructura simbólica y los recursos técnicos. En primer lugar, se observa el peso del concepto moderno de sujeto individual que comporta las nociones de autonomía, razón, libre ejercicio de la voluntad y la autocreación. En el arte implica elección de temas, estilos, técnicas con énfasis en la producción de una literatura de lo personal.[1] La literatura registra esta tensión enfatizando el discurso de la subjetividad. Así al analizar los textos observamos que la ciudad y los habitantes representados, expresan lo que ocurre a partir de los últimos años de los cuarenta e inicios de los cincuenta en la capital peruana.[2] El ingreso de formas de vida propias de la modernidad occidental trae nuevos problemas que concitan la atención de los escritores. Fenómeno que, por lo demás, se produce en todas las grandes ciudades de América Latina.[3]
En “Dirección equivocada” encontramos la pérdida de dignidad del espacio físico de perfiles identificatorios (el narrador dirá: “Lima, la adorable Lima”) frente a los nuevos espacios (“altivos edificios impersonales” y barrios “sin historia”) como escenario de encuentros – y desencuentros – de seres tímidos, marcados por la desolación, las premuras económicas y la debilidad moral. La incomunicación y la mentira así como la incertidumbre sobre el carácter de las acciones enfatizan una postura de extrañamiento.
En “Una aventura nocturna” destaca la preocupación por la distancia social y sus efectos en la psicología de los “excluidos del festín de la vida” a quienes los mecanismos subjetivos (una autoestima lacerada, por ejemplo) son los que conducen a la frustración de los objetivos.
En “De color modesto” se subraya la persistencia de viejos moldes de conducta en colisión con conceptos como el de la autonomía y el respeto a la dignidad de las personas. La distancia social se basa no sólo en las diferencias económicas sino en los prejuicios de casta y étnia. Al tomar una decisión, el peso del “qué dirán” será más poderoso que las nociones modernas proclamadas en los actos de habla. En los tres casos el tema de la alteridad se expresa en la mirada ajena, al punto que es determinante para el desarrollo de las acciones, y para la decisión final del protagonista. De otro lado, los desenlaces muestran la frustración de los esfuerzos desplegados por los personajes.
Los habitantes de esta ciudad representada tienen en común el ser extremadamente reflexivos, solitarios, desubicados respecto a su medio social, económico o laboral. Tienen dificultades para relacionarse y actúan con inseguridad, no ejercen su razón y voluntad frente a “los otros.” No están sin embargo, desterrados del todo, la solidaridad o la esperanza. En la ciudad representada converge lo diverso y el espacio físico remarca la fragmentación y la distancia social en un territorio que crece sin desarrollo, caótico y desigual, y que exhibe la otra cara de la modernización. (Higgins). La ciudad en tránsito a la modernidad se desdibuja en el territorio de la anomia por eso la comunicación aparece cuestionada por diálogos falsos y encubridores que, en ocasiones, ilustran la irracionalidad de relaciones humanas basadas en los atributos del poseer. La libertad para ser, actuar y relacionarse con naturalidad, es permanentemente obstaculizada por la distancia social y severamente restringida por el color de la piel. Sin embargo, las situaciones de marginalidad y frustración tienen, frecuentemente, como respuesta los rasgos de la apatía, el disimulo o la resignación, cuando no la ironía triste. En los textos de los cuentos elegidos, los individuos sufren el peso de lo ‘socialmente aceptado’-aunque intrínsecamente injusto- y esto impide un desempeño personal autónomo en consonancia con lo que se cree o anhela. Por ello toda actuación corre el riesgo de ser “combates perdidos” de “oscuros habitantes” de un mundo en el que todavía no se ha cumplido la tarea moderna de la reivindicación del derecho subjetivo individual a desarrollar las propias convicciones y perseguir los intereses autónomamente definidos. Al no cumplirse esta condición, su actuación está marcada por la debilidad, la falta de convicción y el autoengaño conducen a que sus luchas sean infructuosas. Son personajes mostrados en su baja autoestima, sus culpas y sus prejuicios a través de un discurso que conjuga, una problemática universal a la vez que particular.
La reiteración de temas como la frustración permanente en los individuos representados, su soledad, su marginalidad, apocamiento y fragilidad, hace evidente, sin embargo, una decidida voluntad ética. Un señalamiento profundamente ético.
[1] En este punto no se puede obviar los antecedentes renacentista y romántico y sus influencias en el mundo occidental. El movimiento Sturn und drang inicia una manera de concebir el arte que insiste en la imaginación como base del quehacer artístico, que es a la vez una forma especial de conocimiento. A la revaloración del artista individual se une la noción del arte como expresión, la misma que se enfrenta a la noción clásica de mímesis.
[2] El fin de
la Segunda Guerra permite reanudar el contacto con las fuentes culturales europeas y de otro, la sociedad peruana empezará a vivir una apertura democrática a partir de 1945. La intensificación de la migración cambiará el rostro de las ciudades que se expanden notablemente, a lo que se suma la naciente influencia de Norteamérica en el resto del continente. Obras y autores de otras latitudes son conocidos por los jóvenes escritores de los 50’.
[3] En este punto es oportuno recordar un artículo de Julio Ramón Ribeyro titulado precisamente “Lima, ciudad sin novela”, escrito en 1953 y que, como señala el editor del libro que lo recoge, antecedió en un año a los relatos de Congráis y Salazar Bondy. En: La caza sutil. Lima: Milla Batres, 1976. p.. 15
En caso de usar esta información SE RUEGA CITAR LA FUENTE
Fotografía de la autora, Palacio Municipal, Plaza Mayor de Lima, 2006
Ver también: Ribeyro y su público
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